Costarriqueñismos: ¡Ahora sí me cayó la peseta!

Antes de que la inflación hiciera estragos con nuestra moneda, existía en el país la moneda fraccionaria, es decir los submúltiplos del colón. La menor era el cinco, y sucesivamente, el diez, la peseta y el cuatro, nombre informal para denominar las monedas de cinco, diez, veinticinco y cincuenta céntimos. A la moneda de un colón, siempre se le llamó peso, como en casi todos los países latinoamericanos, por la costumbre del peso castellano, que circuló por varios siglos en España. En monedas, el único múltiplo fue la chapa de dos pesos, o moneda de dos colones, burda asimilación del doblón español, que equivalía a dos castellanos.

¿Por qué llamamos peseta a la moneda de 25 céntimos? En la época colonial circularon en el país los reales, pesetas y pesos españoles. Los doblones de oro, no alcanzaron a llegar por estos lares, aunque algunos duros, moneda que equivalía a 5 pesetas, circularon muy esporádicamente.
La primera Casa de Moneda se fundó en el país en 1829 y, a partir de 1832, se empezó a acuñar monedas de oro y plata: el escudo de oro y el medio real de plata. Después de un período monetario casi caótico, en 1845, se volvió a autorizar la circulación de las monedas españolas, contramarcadas o reselladas por el Gobierno del Estado, en su equivalente de dos reales por peseta. En particular, el peso de plata, o peso fuerte, se declaró equivalente a 8 reales. No fue sino hasta 1896 cuando se creó el colón como moneda oficial y se autorizaron las fracciones decimales que pasaron a llamarse céntimos. Se acuñaron monedas de cobre y níquel.
Por costumbre, se siguió llamando peso a la unidad monetaria y a la moneda de esa denominación, lo que continúa hasta hoy, aunque ya no existan las monedas de a peso. A las de 25 céntimos se les siguió llamando dos reales o su equivalente, una peseta. A las de 50 céntimos se les llamaba cuatro reales, o simplemente, cuatros. Siguió la costumbre entonces de llamar seis reales al equivalente a tres pesetas; ocho reales al peso, o colón y 16 reales a los dos pesos, o chapa de dos. Esto perduró hasta los 80, aunque ya para entonces era muy inusual llamar 8 reales al colón, aunque los más viejos lo hacían.
Bueno, pero ese no es el quid de la presente historia.
Rocola es como se conoce en Costa Rica a las gramolas o juke boxes. Es una máquina que toca discos de acetato de 45 revoluciones, según la selección de la canción que haga el cliente, previo depósito de una moneda, en una ranura provista al efecto. Si nos atenemos al diccionario de la RAE, también se le conoce así en El Salvador, Guatemala, México y Venezuela. El nombre se deriva de una de las primeras marcas que llegaron a estos mercados, Rock-Ola, que a su vez proviene del apellido del fundador de la empresa, David Cullen Rockola. Las rocolas empezaron a popularizarse en el país en los años 40 y 50, pero alcanzaron su máximo apogeo en los 60 y 70. Por muchos años se les encontraba en cantinas, sodas, restaurantes, centros sociales y salones de baile.
Esa tampoco es la historia.
Como estas maquinitas funcionaban con monedas, el precio por canción que se estableció en aquellos años, en Costa Rica fue de una peseta. Como toda máquina, y aún más éstas que todavía tenían una tecnología imperfecta, no siempre que se depositaba una moneda en la ranura, se lograba activar el mecanismo. Las más modernas de aquellos días, las Würlitzer, tenían un sistema en donde se veía, a través de un vidrio, el recorrido de la moneda, desde la ranura hasta la caja de depósito.  No era inusual que en algún punto del recorrido, la moneda se quedara atorada y, por lo tanto, la música no empezara a sonar. El parroquiano tenía entonces que ver cómo hacía para sornaguear el chunche para que la moneda continuara su camino. No faltaba el consejo de alguien: “dale un güevazo para que le caiga la peseta.”
La expresión se tomó a chota, y a partir de allí, cuando a una persona se le decía algo y no reaccionaba, o no acataba qué era exactamente lo que se le decía, se hacía el símil: “Es que no le ha caído la peseta”, como si fuera una rocola a la que se le habría quedado la moneda a medio camino. La locución adquirió vida propia y empezó a aplicarse a muchas situaciones: “Te hice señas para que te callaras, pero no te cayó la peseta”; “A ese carajillo cuesta que le caiga la peseta”. “Mucho rato después me cayó la peseta de la torta que me había jalado”; y muchas más.
Las rocolas prácticamente han desaparecido, y las que quedan son piezas de museo,  aunque de vez en cuando aparece algún relanzamiento con nueva tecnología. Las pesetas son historia. Pero el que le caiga a uno la peseta se niega a morir con sus congéneres.
(Espero que ahora sí, les haya caído la peseta)
<p>Dennis Meléndez Howell</p><p>5 de enero de 2011</p> 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

HISTORIA DE LA BANCA COMERCIAL EN COSTA RICA. (Primera Parte)

¿Que son las cuentas Contables? y ¿Que es un Catalogo de Cuentas?